Hace unos días, al darme cuenta que mi aspiradora no hacía bien su función, me di cuenta que su filtro (esa pieza que lleva en sus entrañas, pero que nadie sabe donde está) estaba tan sucio que el aire no podía pasar a través. Muy ufano empecé a llamar a multitud de establecimientos, de menor a mayor relieve, para intentar comprar un filtro que hiciera operativo mi electrodoméstico; desde la ferretería de mi barrio hasta los más reputados almacenes. La respuesta siempre la misma, era un producto antiguo por lo que no tenían repuesto. Por lo que descolgué el teléfono y quemé mi último cartucho. Llamé a la “casa mater”, al teléfono de atención al cliente de la archiconocida marca de aspiradoras. Al explicarle mis cuitas a mi amable interlocutor, me hizo entender que no disponía de ese repuesto, porque el modelo de aspiradora donde se insertaba estaba descatalogado — ¡Dios, cuanto odio esa palabra! —. Quizás, al ver el decaimiento de ánimo en el que inmediatamente me vi inmerso (no sé, puede ser que oyera mis sollozos al otro lado de la línea), el atento representante me ofreció el último modelo de la marca, ese que tenía todas las clases de repuestos y adelantos, además aderezado con un suculento descuento por ser un cliente tan fiel. Le dije que me lo pensaría, ¿cómo iba a traicionar a esa fiel mascota que me seguía por todos los rincones de mi casa — (quizá por eso lo llaman modelo trineo) — y que me ha ayudado a mantener mi casa libre de esos monstruos antediluvianos denominados ácaros? Al final, me decanté por un sucedáneo asiático, que independientemente de las características del filtrado (supongo que solo retendrá a los ácaros obesos), se adaptaba al habitáculo en cuestión, haciendo posible la utilización del electrodoméstico.
Después del jocoso e intrascendental lance expuesto en el párrafo anterior, como no tratar una vertiente de la obsolescencia programada, como podría ser la decisión empresarial de no suministrar consumibles a un determinado dispositivo. No olvidemos que son máquinas que están funcionando, realizando la función para la que fueron creadas, con unas capacidades suficientes para el dueño del producto ¿Quién se arroga el papel de Dios, que señala la duración de la vida de cualquier cosa? Y no vengamos con que si no colapsaría la economía, con el desastre medioambiental hacia donde nos dirigimos. Cambiemos la cultura del cambio por la cultura de la reparación, apreciemos lo antiguo, valorando el tiempo empleado en su mantenimiento, en contraposición a lo nuevo, que lo único que hace falta para conseguirlo es el vil metal. Podíamos apelar a un trasnochado romanticismo, en el cual transferimos parte de nuestro ser en el inanimado objeto, mediante el hechizo de la reparación. Pero si eso no es suficiente, pongamos encima de la mesa la limitación de recursos del planeta, esa amenaza que nos atenaza, y que nos puede asomar al abismo.
Para nosotros, «en llegando» a cierta edad, tampoco hay repuestos.
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Otra prueba más del valor de la reparación frente a la compra… Bienvenida a tu casa y gracias por comentar
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Aquí salió una ley denominada «Right to Repair», es una buena iniciativa, pero considerando que el problema es que tanto las piezas de repuesto como la mano de obra son muy caras no creo que vaya a ninguna parte. Pero esta es la solución al exceso de consumo y desperdicios: consumo responsable, reparación y reciclaje. Nosotros acusamos al gobierno, pero somos los que compramos, tiramos y vuelta a comprar porque es más barato y más lindo tener cosas nuevas… El medio ambiente no está siendo destrozado por Corporaciones irresponsables, sino por consumidores irresponsables. Las Corporaciones nos dan lo que les pedimos.
https://www.bbc.co.uk/news/business-57665593
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Muy interesante, tanto la ley como el link, donde se pueden ver las opiniones de los diferentes entes implicados. Supongo que habrá de valorarse el coste de la reparación como el de la adquisición del producto nuevo. Cuando se llega a ese punto es cuando deberíamos plantearnos que ha llegado la hora de sustituir el viejo. Lo que no es asumible es que te veas obligado a sustituirlo por el hecho que el fabricante haya decidido no suministrar mas consumibles (filtros, baterías, etc). Cierto que muchas veces, son los consumidores los que demandan un producto, pero no tengo muy claro que el florecimiento de ese deseo dentro de cada uno de nosotros, no sea creado con dobles intenciones de manera artificial (publicidad, etc…)
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Lo de la economía es una excusa… Es cuestión de pasar de una economía material, que depende del consumo material, a una economía de servicios. Además, una lavadora de $200 cada dos años es lo mismo que una de $1000 por 10 años. Matemáticamente es lo mismo, pero no a los ojos de gente que quiere cosas baratas.
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Buen punto, el tema de la libertad de la gente a adquirir artículos baratos. Aunque esa libertad vaya en detrimento de el poder exigir un mínimo de calidad al producto. Quizás, con un sistema bueno de garantías, en el cual el fabricante te asegurara de un tiempo de funcionamiento óptimo, pudiera llegar a valorarse ese gasto añadido.
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No sé yo. Llevamos el camino opuesto, es evidente. Y nada (realista) hace pensar que vayamos a cambiar. Cada vez soy más pesimista a este respecto.
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El hecho que aparezcan iniciativas tipo “Right to Repair” que señalaba Paula en un comentario anterior, pone de manifiesto una inquietud que puede indicar un cambio de tendencia. Que ello va a tener muchos enemigos y muy poderosos, sin duda.
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No hay cambio de tendencia, me temo. Hay iniciativas esporádicas, muy minoritarias. La tendencia general es hacia un negacionismo cada vez mayor de las evidencias.
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Muy bueno, pero asà es, a los fabricantes no interesa que los aparatos duren mucho, primero porque ganarÃan menos dinero y segundo porque cada vez se hacen âmejoresâ (consumen menos, son mas bonitos, más seguros etc) asà que la reparación se terminó. Un abrazo
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Ahí entran las leyes, para señalar un mínimo de calidad o que las piezas sean reciclables. Medidas encaminadas a evitar que el planeta se convierta en in inmenso basurero…Un abrazo Miguel
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