Parking

“A” y “B” trabajaban en una multinacional, una de esas con un inmenso parking anexo, capaz de albergar la multitud de coches de sus trabajadores y soportar el trasiego circulatorio de las horas punta del comienzo de turno.

“A” llegaba con el tiempo justo y empezaba a buscar un sitio libre a lo largo de las interminables y abarrotadas filas aledañas a la valla, lo más cerca posible de la puerta de acceso al recinto fabril. Cada día aparcaba en un lugar distinto, por lo que muchos días, habiendo olvidado donde había dejado su vehículo, no era difícil verlo deambulando por las filas hasta que encontraba el coche que había de devolverlo a casa. Otros días, en los cuales todos esos apetecibles sitios estaban ocupados por otros “As”, dejaba el coche mal aparcado, con la mitad del mismo encima de una acera cercana, lo que le había costado algún que otro bollo y vengativos arañazos en la chapa producidos por el poco paso dejado a los peatones.

«B» en cambio invariablemente aparcaba al final del parking, donde clareaban multitud de sitios libres para dejarlo. Siempre estacionaba en la misma plaza, por lo que era el único trabajador de la factoría que a los efectos, disponía de plaza particular. Este hecho tenía otra ventaja. No tenía que disponer de memoria desocupada donde grabar las coordenadas del estacionamiento, y podía dejar su cerebro sin interrumpir de sus gratos pensamientos, guiado por la tranquilizadora rutina. Así como “A” debía de realizar intrincadas maniobras para emplazar su coche en el escaso hueco dejado entre dos vehículos, estos generalmente grandes por necesidad o por aparentar, “B” estacionaba con la misma maniobra que usan los cazas para aterrizar en los gigantescos portaviones que transitan por el tranquilo océano Indico. “B” salía de su coche, y con la calma que le caracterizaba, comenzaba a disfrutar del paseo que se había construido al aparcar alejado de la puerta de entrada.

Un día, el vigilante, que tiraba más a “A” que a “B”, aprovechando que el trabajador venía como siempre, tranquilo y con tiempo, no perdió la oportunidad de preguntar para saciar su curiosidad sobre la extraña maniobra en la que desdeñaba los valiosos sitios cercanos a la entrada. “B”, con una sonrisa respondió:  “Como yo no tengo prisa, aparco al final dejando una plaza cercana libre, para que si algún compañero llega un poco más justo, la pueda ocupar y le dé tiempo para llegar puntual al trabajo”

Actitudes…

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