No llego a odiar esta palabra, pero me da un calambre en la rabadilla cada vez que la escucho. Y si se usa al comienzo de cada frase que articula la persona de la que soy espectador, la repetida sacudida me deja exhausto.
Es una palabra que denota prepotencia y seguridad, otorgándose el que la usa una infalibilidad un tanto indecorosa para mi gusto. Y no se suele arrogar esa cualidad con datos irrefutables y trabajados, sino que suele acompañarse de sentencias indemostrables u opiniones fatuas. Que erróneo convencimiento para estos tiempos líquidos acuñados por Bauman que nos han tocado vivir; donde queda el “solo sé que no sé nada” socrático, las enseñanzas escépticas o las “representaciones” de Schopenhauer…
Palabra fetiche de políticos, que ha pasado de engrosar las armas de la retórica a perder todo su valor por lo manido de su uso. Palabra impostada donde las haya, aprendida en cualquier curso de tres al cuarto, expresión que nunca sería usada entre dos personas en las que brille el amor o la amistad. Palabra “laaaaaaaaaarga”, seis silabas y dos eternas enes nada menos, necesitada para darle tiempo al orador a pensar lo que decir y disimular sus carencias. Y porque será, que la afirmación que viene detrás suele ser en la mayoría de los casos una aseveración hueca e insulsa, que sin la necesaria demostración, queda simplemente como adorno de charlatanes.
Pero “evidentemente”, no es más que una simple palabra con un significado específico, y las palabras no son las pobres culpables de su existencia, sino lo criticable es el uso tendencioso que hacen de ellas algunos elementos.
Es evidentemente cierto. 😀
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Como escribes, da gusto leerte. Un abrazo
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Gracias Miguel, lo que verdaderamente es un gusto es que lo aprecie un amigo…un abrazo¡¡
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